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jueves, 8 de diciembre de 2011

El Retorno del Rey.

Era tarde. Lo suficiente como para que la oscuridad de la noche invadiera hasta el último centímetro de mis pupilas. El frío calaba mis huesos y comenzaba a notar cierto hormigueo en mis dedos. Perdido en el abismo de la inmensidad de una montaña nevada, la cabaña de madera no era suficiente para sentirme seguro.



Desde la pequeña ventana de la habitación podía discernir una hilera de luces naranjas muy difusa. La ciudad dormía tranquila. El silencio, tan extraño para mí, golpeaba mis oídos expectantes ante cualquier estímulo relevante que considerara distante de la normalidad.

Ciertos pensamientos inoportunos recorrían ahora mi inconsciente, bombardeándome con recuerdos cargados de una densa nube de dolor. Una decisión que había cambiado mi vida y la de mis seres queridos. Frustrado por la desesperación y anestesiado por la impotencia mi incandescente alma comenzaba a despertar. Una imagen proyectada con una claridad impresionante en el umbral de mi materia gris electrizó hasta la última molécula vital de mi cuerpo. En un intento inconsciente por retenerme mis manos se aferraron alrededor de mi pelo. Consumido por las cenizas de una pasado prometedor que había acabado con todo lo por lo que había luchado en un tiempo anterior. El conflicto estaba en mi interior. Y la palabra "volver" azotaba con una fuerza suprema mis costillas.

No tenía mucho en el pequeño refugio. Un par de prendas, mantas y algún que otro cigarrillo. Un atisbo de esperanza iluminó mi rostro. Tal vez... Sí. Corrí hacia al armario y con violencia aparté cualquier objeto que interrumpiera la búsqueda de mis ciegas manos. Un tacto familiar rozó con calidez la yema de mis dedos. Con un rápido movimiento saqué del olvido aquél objeto tan característico. Asombrado, como siempre, por su increíble majestuosidad presencié ante mí el recuerdo de un yo anterior, pasado. Acaricié su superficie invadiéndome por el aroma de pintura y plástico que le representaba. Lenta, muy lentamente, volví a ocultar mi rostro. Por última vez.

Miles de sensaciones recorrieron mi cuerpo. Podía notar la sobredosis de adrenalina que mi cuerpo me estaba regalando para la última batalla. Cual fénix que vuela fervorosamente sobre sus próximas víctimas volví a a creer.

Una inconfundible parte de mí regresó apagando a su paso el miedo y el dolor. La fiereza de alguien que reclamaba el lugar que jamás debió de haber perdido y el valor que nace de la desesperación. La tormenta que por fin llegó.

Volví a mirar a la civilización. Sonreí siniestramente. Nadie podía negar el retorno del Rey. En algún de ese cúmulo de edificios contaminados por el sistema, se estaba librando una batalla. Una guerra que acabaría con todo aquello que una vez quise. Con todos aquellos que un día confiaron en mí.

El rugido inconfundible del motor de mi coche aceleró mi ritmo cardíaco. Era el momento y el lugar. Las cuentas pendientes con mi pasado iba a quedar saldadas para siempre.
Neil

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