Etiquetas

Neil (108) Señor T (60) WeekendWars (37)

domingo, 1 de septiembre de 2013

Nueva temporada.

Miro hacia un lado y al otro. Estoy impaciente. 

Entre el gentío, consigo discernir el sonido lejano de una sirena al tiempo que varias gotas de lluvia mueren contra el firmamento. Reacciono ajustándome la chaqueta.

Una extraña sensación de déjà vu invade de forma opresora mi mente. Afilo media sonrisa nerviosa y me pongo de pie.

Miro el móvil. Es la hora, y es el día. 

La sirena cada vez es más cercana y esa extraña sensación de "esto ya lo he vivido" se impone sobre mi calma.

Maldita sea, debería estar ya aquí.

Bajo la guardia y un cúmulo de recuerdos invaden mi inconsciente. Ha sido un año duro, distinto y distante para el grupo. Nuestra vida cotidiana ha germinado en cada uno de nosotros de forma vil e invasiva. Sin tiempo para destacar, sumidos en la niebla de nuestro día a día, nos hemos convertido en títeres de esta putrefacta sociedad. Como peones, hemos sucumbido a las reglas. 

Un grito me devuelve a la realidad. Enfrente de mí la gente corre hacia un lado y otro. Huyen.

Hipnotizado, avanzo. Como si no pudiera detenerme. Como si no tuviera otra opción.

Veo la marca en el suelo, y me recuerdo a mí mismo con diecisiete años pintándola sobre el pavimento. 

Acelero el paso para ir a tono con mi respiración. 

Sé que estás aquí. 

El panorama no mejora con la cercanía. Varias papeleras están ardiendo al tiempo que la gente grita como si no quedara mañana mientras corre despavorida.

Y ahí estoy yo, en el medio del drama, observando con atención. Nada. 

Qué extraño.

Y entonces, algo ocurre. Alguien, encapuchado, sostiene algo en la mano na unos metros de mí. Parece tranquilo y ajeno al miedo generalizado.

Está de espaldas, no puedo ver su rostro. Pero tengo la ligera sensación de saber de quién se trata.

El corazón se me acelera.

Corro hacia a él.

Cabrón, jodido y enfermo cabrón de T, jaja.

El encapuchado se gira y nos miramos. Todo se detiene. Como si todo se congelara de repente, no doy crédito a lo que está ocurriendo. El encapuchado es un adolescente. Me hace un gesto de silencio con el dedo al tiempo que se ajusta la capucha y huye por un callejón. La policía llega en ese instante y varias personas acuden enseguida a informarles de lo ocurrido. 

No me lo puedo creer...

Vuelvo con la mirada ausente y la mente vacía a Banco. Apesadumbrado y confundido. La realidad del momento me abruma por completo. Nos hemos hecho mayores, demasiado.

Me siento de nuevo en la madera a esperar a Señor T. Miro hacia el cielo y pienso en que ya nunca volveremos a causar miedo ni a provocar el caos de esa forma. Todo lo que fuimos, se fue. Y, nos guste o no, deberíamos a empezar a asumir lo que es y lleva siendo nuestra vida desde hace un año.

Al final todo contra lo que luchamos en su día, pudo con nosotros.

Miro hacia el horizonte, sin mirar. 

Pero algo llama mi atención.

Una sombra enorme, gigantesca, se adentra por la calle arrasando con el tráfico, devastando y aniquilando los árboles y las aceras.

¿Pero qué...?

Sin saber muy bien qué hacer, me quedo paralizado.

Se acerca cada vez más.

¡Oh, Dios mío!

Un tanque. Un enorme, ostentoso y monstruoso tanque se está abriendo paso por la mitad de la calle destrozando todo lo que interfiere en su camino. La multitud huye aterrorizada. Los coches, al intentar escapar, colisionan unos contra otros mientras el monstruo sigue avanzando sin piedad. Muchos optan por bajar del coche y huir. 

Unos cuantos coches comienzan a sumergirse en un infierno de llamas. Otros comienzan a explotar. Explosiones encadenadas que envían bolas de fuego enormes a los edificios adyacentes.

Una nube enorme de humo negro inunda el cielo. Hay destrucción por donde mires, y las explosiones continúan. 

Los primeros ladrillos de los edificios caen contra el suelo. Gente en los balcones pidiendo ayuda. Oigo ruegos a Dios. 

Por el oeste consigo distinguir múltiples sirenas azules y naranjas. El paisaje es dantesco.

Hay lloros y gritos. Miedo. Miedo de verdad. Miedo de gente que teme morir. Y caos, sobre todo caos.

Entrecierro los ojos. Alguien está sentado encima del tanque, sosteniendo una bandera con una mano.

Una bandera con una máscara de payaso.

Nuestras máscaras.

El tanque se detiene a pocos metros de donde me encuentro. Señor T está encima de él, bebiendo una cerveza y riéndose de esa forma tan suya.

- Perdona el destrozo, Neil. Pero Erre tiene un concepto de la orientación espacial muy distinto al nuestro. Disculpa que hayamos llegado tarde también, pero un tipo insistía en que no podía dejar el tanque parado en doble fila mientras compraba tabaco por no se qué movida de ilegalidad...

No podía creérmelo. Estaba embobado viendo a Señor T encima de ese cacharro. Era la evolución final. Su último juguete metalizado. Su última montura. Había nacido para ir encima de tanques bebiendo cerveza, y ahora lo sabía. 

- Bueno, ¿qué? ¿Subes? Tengo que informarte del plan. - dice con un tono siniestro y misterioso. El tono de que algo grande va a pasar. El anuncio que precede la destrucción. 


Memorias de WeekendWars. Septiembre 2013 - 2014.