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lunes, 28 de noviembre de 2016

La leyenda renace. (Nueva temporada)

Ha pasado tanto tiempo, guapito, que ni yo mismo podría describir en una vez todo lo que ha discernido sobre nosotros a lo largo de este año. Sí, vale, hay ciertas cosas que son inmutables en el tiempo como es el hecho de que seamos insultantemente sublimes. Pero, eh, leed este alegato de falsa modestia: no todo es tan genial como siempre. ¡Pum! Ya está, ¿habéis visto?, joder soy asquerosamente humilde. 

Bueno, a lo que iba, ¿os acordáis de toda la movida que tenía Señor T? Ya sabéis, en plan que estaba apartado por la naturaleza humana capaz de no tolerar aquellos experimentos fallidos y entonces cuando estábamos en la más profunda miseria con el Capitolio acechando llega él con un reactor nuclear a un tiroteo y nos salva. Pues, joder, prestad atención porque la cosa empeoró muchísimo más:

Hacía frío. Y llovía. Llovía como uno de esos días en los que tienes la sensación de que el cielo va a quebrarse en cualquier momento. Un manto de agua cubría cualquier resquicio de visibilidad posible a escasos metros. No tenía más remedio que caminar lentamente entre los escombros de lo que antaño pareció ser un lugar feliz sobre el que vivir. 

A medida que avanzaba mi camino el tiempo se ponía peor, principalmente porque comenzaba a anochecer, así que, o me daba prisa o la oscuridad me alcanzaría en mitad de la calle. Y no era un riesgo que estuviera dispuesto a asumir. 

Había pasado mucho tiempo desde la noche del Capitolio. Aunque vencimos, las fuerzas del Imperio son inquebrantables. La guerra estaba perdida. Podíamos ganar una y las batallas que hicieran falta, pero la guerra no. Jamás. Ellos no lo permitirían.

Y me estaba quemando por dentro. Odiaba esa sensación. La derrota. El no poder acabar con un sistema ineficaz que eliminaba a aquellos que sobre salían de lo normal.

Tanto mis hermanos de WeekendWars como yo nos vimos obligados a huir en busca de refugio en las Altas Montañas tras haber escuchado el rumor de que La Resistencia, o lo que quedaba de ella, se escondía en algún lugar de aquel lejano y frío muro de montañas.

El rumor era cierto. La Resistencia convivía en un pequeño poblado pavimentado sobre un valle recóndito. Era un buen lugar, a decir verdad. Vivíamos rodeados de skylines de rocas y sólo si mirabas hacia arriba podías atisbar algo de luz natural. No obstante, la recompensa era la seguridad de tener un refugio, una casa, un hogar.

Sin embargo, era importante que llegara a casa antes de que cayera la noche. La visibilidad se reduce a cero y no es la primera vez que alguien se ha perdido en la oscuridad.

Los chicos estaban en el interior del refugio de madera cenando cuando llegué.

- ¡A buenas horas, chaval! - gritó Señor T mientras me lanzaba el plato de mi cena contra la cara. Pude esquivarlo de pura casualidad pero el cacharro se hizo pedazos y toda la comida quedó desperdigada por el suelo. Maldita esquizofrenia paranoide del bueno de T.

- He pasado todo el día en el mercado negro. Pero, nada. - comenté abatido mientras me quitaba la mojada chaqueta - Con este tiempo es imposible conseguir nada. Los contrabandistas no pueden prácticamente moverse. 

- Bueno, da igual. Aún quedan cervezas de sobra. Hablando de cervezas, a está le iría bien un buen chorro de whiskey - decía Erre señalando la bebida que tenía en la mano.

- ¡Joder! ¡HOSTIA! ¡Y TANTO QUE LE IRÍA BIEN! - Señor T había tomado unas cuantas por lo que parecía - Trae la puta botella antes de que saque la pipa y le meta cuatro tiros.

Hice una mueca y me subí a mi cuarto. ¿En qué diablos se habían convertido? 

Avanzaba escalones al tiempo que en el piso inferior la fiesta comenzaba. Señor T y Erre ya tenían la música a un altísimo volumen mientras emitían sonidos guturales y disparaban con sus pipas a todos los rincones de la casa. No tardaron en venir las patadas a los muebles y las típicas discusiones que nacían sin venir a cuento entre los dos:

- ¿A QUE ME MATO AQUÍ MISMO, PAYASO? - vociferaba Señor T sosteniendo un cuchillo de untar mantequilla de forma amenazante sobre su yugular.

En fin. En estas situaciones lo mejor era que Señor T encontrara el camino hacia la paz por sí solo. Es muy suyo y odia que alguien le pida que se relaje. De todos modos Erre tampoco acompañaba:

- Pégame una patada en las costillas a ver si lo noto - insistía Erre. Al parecer había decidido que era una buena idea gastar 24 rollos de papel higiénico en convertirse en una especie de momia.

Antes de llegar a mi cuarto me pasé a saludar a Jota, que estaba en el suyo viendo Netflix tapadito con una mantita.

- Es súper coherente que tengamos internet. - murmuré para mí.

- Madre mía, qué guapo este capítulo. - decía muy emocionado Jota.

No hablé más con él. Me marché a mi habitación y me sumí en la más profunda desidia.

¿Qué éramos? ¿En qué nos habíamos convertido? 

Nos habíamos rendido. Habíamos perdido la esperanza. ¿En serio? ¿Eso queríamos para el resto de nuestras? ¿Vivir así?¿Escondidos y resignados a morir en un lugar abandonado con poco más de doscientos habitantes?

Pensé en todo lo que habíamos luchado. En todas aquellas historias. En cómo nos convertimos en los héroes de una generación que luchó por nosotros. Porque creyó en nosotros.

Me levanté súbitamente cual serpiente que huele a carne fresca. 

Abrí mi viejo armario de madera de roble y busqué.

Me podía la ansiedad. ¿Qué fue de aquello?

No es que tuviera un armario demasiado grande, pero sí tenía muchos trastos y cajas con recuerdos y ropa.

Y, entonces, ocurrió.

¿Alguna vez os habéis enamorado a primera vista? Esa sensación de flechazo cardíaco que invade las entrañas de tus átomos. Sientes como el tiempo se detiene y el universo deja de expandirse. Sólo estás tú y esa persona. Y, no sabes muy bien por qué, pero lo sabes. Estás hecho para estar a su lado.

Eso es lo que sentí, exactamente, cuando mis dedos alcanzaron aquellos trozos de plástico maltrechos. Aquellos símbolos. De guerra.

Las observé boquiabierto. Miles de recuerdos impregnaron cada atisbo de mi materia gris. Vellos de punta. Corazón a mil.

Levanté en el cielo mi máscara. Era preciosa.

Salí de mi cuarto. Los ruidos no habían terminado y, al parecer, Jota también se había unido a la fiesta.

No me lo pensé. 

Volví a enfundarme mi máscara de payaso. Volví a guarecerme tras la oscuridad de un rostro que enmudece y aterra. Una mirada que eclipsa tu sangre y congela tus pulmones.

En cuanto aparecí en el salón, todo se detuvo.

Vi cómo me miraban. Sin parpadear.

Y ocurrió.

- Ha llegado el momento de salir ahí fuera y ser aquello para lo que hemos nacido. Volverán a temernos. Volverán a tenernos pánico. Señor T, ¿qué día es hoy? - susurré.

- Viernes noches. - dijo muy lentamente disfrutando de cada sílaba.

Sonreí. 

- Poneos vuestras máscaras. Nos vamos de caza.

Memorias de WeekendWars.
Temporada 2016/2017