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sábado, 24 de diciembre de 2011

2011.

2011. Este año ha sido el año en el que todo ha cambiado.

Empezó con turbulencias, con la sensación de que la misma mierda se quedaría en la puerta de mi vida durante un largo tiempo más. Y con problemas.

¿Sabéis eso de que las desgracias nunca vienen solas? Pues se cumplió a la perfección. Las semanas de enero y febrero eran un continuo bucle de malas noticias. En casa, en la universidad, con mi gente,... todo mal.

Un luz. Incesante y brillante aparece en mi sinuoso camino y entonces nada vuelve a ser como antes. Pensaba que, estaría condenado un año más a cargar con los fantasmas de mi pasado, y sin querer, llega alguien que borra todo eso y se inventa una forma exclusiva de hacerme feliz.

La curva de mi vida, por aquellos finales de mayo, comienza a ascender exponencialmente a una velocidad de vértigo. De repente, tengo trabajo, mis esfuerzos académicos vuelven a dar sus frutos y una sensación novedosa juega con mi tez.

Pero, como siempre pasa en mi vida, alguien se encarga de conseguir que llueva incluso el día que menos te lo esperas. Una sombra brutal, salvaje y siniestra se apodera del futuro de mis hermanos negando cualquier atisbo de esperanza. Destinados al abismo final de nuestra historia, el desánimo se acumula en cada resquicio de nuestra alma. El sentimiento generalizado de impotencia es apagado por la inolvidable tormenta que ya asoma por el horizonte. Iba a llover, y mucho. Y todo acabaría. Los días pasaban y pesaban.

Mis hermanos planeaban sus respectivos futuros a kilómetros de nuestro reino. Mi luz se apagaba cada día más. Todo volvía a salirme mal. Como si hiciera lo que hiciere nunca fuera suficiente. Sabía, era consciente, de que me quedaría solo. Y por momentos, la única causa de mis sonrisas se alejaba cada día un centímetro más de mí. Sin saber muy bien por qué, mi cuerpo comenzó a consumirse y a finales de verano sólo me quedaba una pequeña parte de mi ser.

Y llegó septiembre. Empezó igual de mal que como había acabado agosto. Hasta los cojones del trabajo, asqueado con mi vida sentimental, y preocupado por la inminente despedida de mis hermanos.

Parecía que todo formaba parte del guión final. El último acto no tardaría en llegar. Pero. Siempre hay un pero. Esta vez, el pero es que somos WeekendWars. Que las patadas del destino las hemos convertido siempre en cosquillas. Los planes de manipulación de nuevos límites iban ganando fuerza. Como si, de repente, hubiéramos encontrado un motivo por el que no venirse abajo: extender nuestro dominio por toda la faz de la tierra. Carcajadas maquiavélicas acompañaban nuestras ideas.

Sí. Era la oportunidad perfecta para destrozar nuevos sistemas, provocar el caos en nuevas sociedades. Nos habíamos empeñado en ver lo que se nos avecinaba como un final y resulta que la realidad era que se trataba de la excusa deseada para aniquilarlo todo.

Así que supongo que Dios se acojonó. Cambió de planes y por arte de magia y contra todo pronóstico Señor T y Jota se quedaron en Ciudad. Erre, sin embargo, fue el elegido para viajar a los Reinos del Norte. Aún sigue allí. Y os aseguro, que no nos está defraudando. Lleva nuestro espíritu, era normal que triunfara. Es conocido por doquier en aquel lugar y el miedo de los que le rodean comienza a extenderse, sabedores de lo que es capaz.

Y en cuanto a mí, pues he aprendido que si quieres algo, y estás seguro, luches. Salta, aunque sea un vacío, pero salta. Salta aunque sepas que la caída te va a destrozar. Hazlo porque nadie más lo hará por ti. Y a veces, el vuelo resulta ser inolvidable. Y entonces merece la pena cualquier hostia. Yo lo he hecho, y fíjate, me va mejor que nunca.

Este año, 2012, es el bueno. Principalmente porque dicen los iluminados que será el último de la historia de la Tierra. No sé, pero creo que es lo que nos faltaba escuchar para seguir dando rienda suelta a nuestra apocalíptica imaginación.

Hay cosas que siguen estando jodidas, en casa, por ejemplo. Pero, recordad, el pero es que formo parte de WeekendWars. Y eso lo cambia todo. Además, últimamente nos estamos encargando de viajar a donde comienzan las tormentas. Tal vez, esa sea nuestra naturaleza. Vivir en el centro del peligro. Y vencerlo.

Neil.


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