Etiquetas

Neil (108) Señor T (60) WeekendWars (37)

martes, 31 de octubre de 2017

La noche de las Brujas. (Nueva temporada)

El sonido de un trueno es de esas cosas que tiene la naturaleza que es capaz de dejar sin habla al ser humano. Tiene ese componente de magia incontrolable que nos fascina. Que nos encanta. Porque nos hace sentir pequeños. Porque nos recuerda que por mucho que nos creamos dioses, en realidad, somos una farsa. Una gran estafa.

Aquella tarde era una de esas tardes en las que los truenos nublaban el resto de sonidos de la calle. La Ciudad quedaba silenciada por algo más grande. Más fuerte. Jota siempre dice que todos los elementos de la naturaleza en su máximo esplendor acojonan. Es cierto. Pero supongo que ahí reside su imperial belleza.

Un alarido lejano me transporta, de nuevo, al mundo real.

- Están aquí.
- Hoy es 31 de Octubre. ¿Crees en las casualidades? - pregunta Jota.
- El destino nos quiere demasiado como para perder el tiempo en juegos de azar. Prepárate. - contesté autoritario. 

Cuenta la leyenda que había una vez unas brujas terribles y oscuras con un poder descomunal. Capaz de manipular tu mente y envenenar tu alma con tus propios recuerdos.

Durante años, cada 31 de Octubre Las Brujas renacían de sus cenizas para inundar las mentes nobles de La Ciudad de miedo y pánico. Así había ocurrido durante años. Y nadie se había atrevido a hacer frente a la situación. Como si la resignación fuera la única arma.

Hasta hoy.

- Hoy no quiero despistes. Hoy no quiero errores. Hoy vamos a funcionar al 200%. - Aleccionaba al grupo mientras me abrochaba mi chaqueta con capucha negra. - Somos lo que somos por noches como hoy. Honrad nuestro nombre, caballeros.
- ¡YEAAAAAAAAAAAAAAAAAH! Joder, joder... ¡¡qué nervios!! ¡¡jijiji!! - chillaba Erik emitiendo sonidos de histeria por todo el refugio - ¡¡HOY ES LA NOCHE DE PAPÁ, NENAS!!
- Hoy es la noche en la que destruiremos el pasado - dije mirando hacia el frente, hacia la nada. - Coged vuestras máscaras. Es la hora.
- Un momento. ¿En serio vamos a hacer esto? ¿Vamos a salir ahí fuera a luchar por La Ciudad? ¿Después de cómo hemos sido tratados durante años? - pedía Erre explicaciones con el ceño fruncido. - Vamos, Neil, no me jodas. No es nuestra guerra. No les debemos nada.
- No lo hago por ellos. Sino por mí. Por nosotros. Esas Brujas llevan años buscándonos. Sabéis que nosotros somos su causa. Nos quieren a nosotros. Hay que dejar de esconderse o cometeremos el error de alimentar su poder.

Erre no parecía aún del todo conforme.

- Sabes que es personal, Erre. Lo sabes. No me falles hoy. 

Cogí mi máscara y, por un momento, sentí nostalgia y pena. Ese sentimiento que te invade cuando un ser querido se va. Esa extraña sensación difícil de explicar. Después de tantos momentos. De tantas batallas. Después de todo aún no eramos capaz de ser libres. De ser felices.

Un trueno imparable iluminó el firmamento una vez más. Y, entonces, aparecieron. 

Un ejército de Brujas se abrieron paso por el cielo encadenando risas propias de alguien sufriendo una fuerte enajenación mental.

- Que comience La Noche de las Brujas.

Memorias de WeekendWars.
Temporada 2017-2018

Neil.


lunes, 28 de noviembre de 2016

La leyenda renace. (Nueva temporada)

Ha pasado tanto tiempo, guapito, que ni yo mismo podría describir en una vez todo lo que ha discernido sobre nosotros a lo largo de este año. Sí, vale, hay ciertas cosas que son inmutables en el tiempo como es el hecho de que seamos insultantemente sublimes. Pero, eh, leed este alegato de falsa modestia: no todo es tan genial como siempre. ¡Pum! Ya está, ¿habéis visto?, joder soy asquerosamente humilde. 

Bueno, a lo que iba, ¿os acordáis de toda la movida que tenía Señor T? Ya sabéis, en plan que estaba apartado por la naturaleza humana capaz de no tolerar aquellos experimentos fallidos y entonces cuando estábamos en la más profunda miseria con el Capitolio acechando llega él con un reactor nuclear a un tiroteo y nos salva. Pues, joder, prestad atención porque la cosa empeoró muchísimo más:

Hacía frío. Y llovía. Llovía como uno de esos días en los que tienes la sensación de que el cielo va a quebrarse en cualquier momento. Un manto de agua cubría cualquier resquicio de visibilidad posible a escasos metros. No tenía más remedio que caminar lentamente entre los escombros de lo que antaño pareció ser un lugar feliz sobre el que vivir. 

A medida que avanzaba mi camino el tiempo se ponía peor, principalmente porque comenzaba a anochecer, así que, o me daba prisa o la oscuridad me alcanzaría en mitad de la calle. Y no era un riesgo que estuviera dispuesto a asumir. 

Había pasado mucho tiempo desde la noche del Capitolio. Aunque vencimos, las fuerzas del Imperio son inquebrantables. La guerra estaba perdida. Podíamos ganar una y las batallas que hicieran falta, pero la guerra no. Jamás. Ellos no lo permitirían.

Y me estaba quemando por dentro. Odiaba esa sensación. La derrota. El no poder acabar con un sistema ineficaz que eliminaba a aquellos que sobre salían de lo normal.

Tanto mis hermanos de WeekendWars como yo nos vimos obligados a huir en busca de refugio en las Altas Montañas tras haber escuchado el rumor de que La Resistencia, o lo que quedaba de ella, se escondía en algún lugar de aquel lejano y frío muro de montañas.

El rumor era cierto. La Resistencia convivía en un pequeño poblado pavimentado sobre un valle recóndito. Era un buen lugar, a decir verdad. Vivíamos rodeados de skylines de rocas y sólo si mirabas hacia arriba podías atisbar algo de luz natural. No obstante, la recompensa era la seguridad de tener un refugio, una casa, un hogar.

Sin embargo, era importante que llegara a casa antes de que cayera la noche. La visibilidad se reduce a cero y no es la primera vez que alguien se ha perdido en la oscuridad.

Los chicos estaban en el interior del refugio de madera cenando cuando llegué.

- ¡A buenas horas, chaval! - gritó Señor T mientras me lanzaba el plato de mi cena contra la cara. Pude esquivarlo de pura casualidad pero el cacharro se hizo pedazos y toda la comida quedó desperdigada por el suelo. Maldita esquizofrenia paranoide del bueno de T.

- He pasado todo el día en el mercado negro. Pero, nada. - comenté abatido mientras me quitaba la mojada chaqueta - Con este tiempo es imposible conseguir nada. Los contrabandistas no pueden prácticamente moverse. 

- Bueno, da igual. Aún quedan cervezas de sobra. Hablando de cervezas, a está le iría bien un buen chorro de whiskey - decía Erre señalando la bebida que tenía en la mano.

- ¡Joder! ¡HOSTIA! ¡Y TANTO QUE LE IRÍA BIEN! - Señor T había tomado unas cuantas por lo que parecía - Trae la puta botella antes de que saque la pipa y le meta cuatro tiros.

Hice una mueca y me subí a mi cuarto. ¿En qué diablos se habían convertido? 

Avanzaba escalones al tiempo que en el piso inferior la fiesta comenzaba. Señor T y Erre ya tenían la música a un altísimo volumen mientras emitían sonidos guturales y disparaban con sus pipas a todos los rincones de la casa. No tardaron en venir las patadas a los muebles y las típicas discusiones que nacían sin venir a cuento entre los dos:

- ¿A QUE ME MATO AQUÍ MISMO, PAYASO? - vociferaba Señor T sosteniendo un cuchillo de untar mantequilla de forma amenazante sobre su yugular.

En fin. En estas situaciones lo mejor era que Señor T encontrara el camino hacia la paz por sí solo. Es muy suyo y odia que alguien le pida que se relaje. De todos modos Erre tampoco acompañaba:

- Pégame una patada en las costillas a ver si lo noto - insistía Erre. Al parecer había decidido que era una buena idea gastar 24 rollos de papel higiénico en convertirse en una especie de momia.

Antes de llegar a mi cuarto me pasé a saludar a Jota, que estaba en el suyo viendo Netflix tapadito con una mantita.

- Es súper coherente que tengamos internet. - murmuré para mí.

- Madre mía, qué guapo este capítulo. - decía muy emocionado Jota.

No hablé más con él. Me marché a mi habitación y me sumí en la más profunda desidia.

¿Qué éramos? ¿En qué nos habíamos convertido? 

Nos habíamos rendido. Habíamos perdido la esperanza. ¿En serio? ¿Eso queríamos para el resto de nuestras? ¿Vivir así?¿Escondidos y resignados a morir en un lugar abandonado con poco más de doscientos habitantes?

Pensé en todo lo que habíamos luchado. En todas aquellas historias. En cómo nos convertimos en los héroes de una generación que luchó por nosotros. Porque creyó en nosotros.

Me levanté súbitamente cual serpiente que huele a carne fresca. 

Abrí mi viejo armario de madera de roble y busqué.

Me podía la ansiedad. ¿Qué fue de aquello?

No es que tuviera un armario demasiado grande, pero sí tenía muchos trastos y cajas con recuerdos y ropa.

Y, entonces, ocurrió.

¿Alguna vez os habéis enamorado a primera vista? Esa sensación de flechazo cardíaco que invade las entrañas de tus átomos. Sientes como el tiempo se detiene y el universo deja de expandirse. Sólo estás tú y esa persona. Y, no sabes muy bien por qué, pero lo sabes. Estás hecho para estar a su lado.

Eso es lo que sentí, exactamente, cuando mis dedos alcanzaron aquellos trozos de plástico maltrechos. Aquellos símbolos. De guerra.

Las observé boquiabierto. Miles de recuerdos impregnaron cada atisbo de mi materia gris. Vellos de punta. Corazón a mil.

Levanté en el cielo mi máscara. Era preciosa.

Salí de mi cuarto. Los ruidos no habían terminado y, al parecer, Jota también se había unido a la fiesta.

No me lo pensé. 

Volví a enfundarme mi máscara de payaso. Volví a guarecerme tras la oscuridad de un rostro que enmudece y aterra. Una mirada que eclipsa tu sangre y congela tus pulmones.

En cuanto aparecí en el salón, todo se detuvo.

Vi cómo me miraban. Sin parpadear.

Y ocurrió.

- Ha llegado el momento de salir ahí fuera y ser aquello para lo que hemos nacido. Volverán a temernos. Volverán a tenernos pánico. Señor T, ¿qué día es hoy? - susurré.

- Viernes noches. - dijo muy lentamente disfrutando de cada sílaba.

Sonreí. 

- Poneos vuestras máscaras. Nos vamos de caza.

Memorias de WeekendWars.
Temporada 2016/2017

lunes, 19 de octubre de 2015

Aquí vienen otra vez. (Nueva temporada)

Esta historia empieza como todas nuestras historias. Era de noche en La Ciudad. Las primeras chaquetas desafiando al invierno ya se dejaban ver y un silencio sepulcral se dejaba escuchar en los alrededores de lo que un día fue Banco. Nuestro Banco.

Ahora, nuestro refugio, era un montón de escombros y de hojas secas. Los nuevos Líderes del Capitolio seguían empeñados en destruir todo aquello que un día fuimos. Aunque muchas cosas habían cambiado, seguíamos siendo un experimento fallido de una sociedad que pretendió ser perfecta.

Nuestro recuerdo seguía imborrable en forma de noches de destrucción y caos en la mente de muchos ciudadanos. No nos habían olvidado. No nos habían dejado de temer. A pesar de todo. Y, a pesar del tiempo.

Es lo que tienen los héroes.

Y allí estaba yo. Mirando al manto de estrellas que cubría una de las primeras veladas de octubre y con esa extraña sensación que me erizaba el vello. Esa sensación. Ese "nosequé" intranquilo que recorría el cuerpo cuando una pequeña parte de mi ser ya era consciente de lo que iba a ocurrir. Los nervios de los grandes partidos. 

Un clic.

Un diminuto y pequeño clic sonando con la fuerza de un huracán en las entrañas de ese silencio sobrecogedor y antihumano.

Un clic ineludible y perfectamente reconocible.

"No es posible..." 

Acto seguido, una llama recorrió fugaz el espacio tiempo de mi alrededor iluminando durante milisegundos lo que parecía un paisaje aterrador. 

Era Satán.

- Pensaba que había muerto.- susurré como si quisiera que nadie me escuchara.
- Los viejos rockeros nunca mueren - me dijo Jota mientras posaba su mano en mi hombro en forma de saludo. 

Jota. El pilar sobre el que se había pavimentado durante años nuestro grupo no había resistido el paso del tiempo y mostraba un semblante más mayor y más preocupado.

- El tiempo no perdona. - comenté.
- Ni la sociedad...

Súbitamente un grito aterrador invadió nuestras entrañas calando muy hondo en nuestro yo más íntimo. El miedo nos atrapó durante los segundos que duró aquel sonido gutural y de ultratumba.

- ¿Qué coño ha sido eso? - dijo Erre llegando por detrás con cara de no entender nada.
- Ey, Erre. No sé... No tengo ni idea. - quería preguntarle sobre cómo estaba, pero aún estaba en shock.

Nos dimos un abrazo sentido y una sonrisa en forma de "no hace falta decir mucho más."

- ¿Crees que vendrá? - me preguntaron Jota y Erre prácticamente al unísono.
- Espero que sí. Pero hay que atraerle.
- ¿Estás seguro? He escuchado cosas... - contestó Erre.
- Yo también.- se sumó Jota.
- ¿Qué? ¿De qué diablos estáis hablando?
- A ver, Neil... sabemos que has intentado no leer los medios y que no quieres creer en nada que vaya en contra de lo que tú piensas... pero... - decía Erre.
- No está bien, Neil. Dicen que ha cambiado. - seguía Jota. - Prácticamente ya no tiene el control de lo que hace. Está en busca y captura. Ha provocado el caos en multitud de lugares, ha protagonizado peleas y ha quemado demasiados edificios. Neil... por favor, deja de creer en él. Ya no es el mismo.

No podía más y agarré del cuello a Jota encarándome con él.

- Mientras yo esté aquí, no volveréis a hablar de él así. Es mi amigo. Y es vuestro amigo, aunque lo hayáis olvidado. Así que os diré lo que vais a hacer. Vais a meteros por el culo toda esa mierda y vais a confiar en él como siempre hemos hecho. ¿Entendido?

Jota se zafó de mí mirando hacia otro lado.

- Seguidme. Hay que atraerle.- les dije sin mirarles y encarrilando mi camino.

Después de varios minutos caminando llegamos a la entrada.

- ¿Qué hacemos aquí?
- Es el edificio más alto de la ciudad. 
- Lo sé, ¿y?
- Pues que sólo funcionará aquí.- sentencié.

Una vez en la azotea me encendí un Chester y miré la hora. Pasaban más de las doce y La Ciudad lucía tranquila y preciosa desde las alturas. Me acerqué hacia un montículo en el centro tapado con una manta. Ahí estaba. Quité la manta y lo observé. Me había quedado muy bien.

Jota y Erre abrieron la boca sin mediar palabra. Me encantaba. Realmente estaba disfrutando el momento.

- No puede ser...
- Enciéndelo. Vamos... ¡enciéndelo! - comentó con júbilo Erre. 

Le di al botón, apunté al cielo y... tras unos segundos de un motor revolucionándose, el gran foco de luz iluminó el cielo como jamás lo había visto.

Y entonces, el gran cañón dibujó un círculo y una T majestuosa, impresionante, planeando sobre las estrellas.

Y ahí vino otra vez. Esta vez en forma de multitud. Miles de gritos suplicando ayuda. Y una explosión que desembocó en otra mucha más grande en un rincón de la ciudad.

La locura comenzó a apoderarse de las calles. Coches volcando, gente huyendo.

Y de entre las profundidades de los callejones algo emergió hacia el reino de los cielos.

¿Una nave?

No.

Era un caza. Su caza con pinturas de Piratas.

Explosiones y fuegos artificiales por doquier mientras aquél reactor hacia piruetas cual cometa volada por un niño en una playa.

Era él.

Señor T. 

Haciendo lo que mejor sabía hacer.

DESTRUIR.

PROVOCAR EL CAOS.

ANIQUILAR.

- Preparaos. - grité con firmeza mientra sacaba de mi mochila tres máscaras de payaso. Nuestras máscaras. - Hay ciertas cuentas pendientes que cobrar.

- ¡Aquí vienen otra vez!- chilló una niña desde la calle señalándonos.

Sonreí.

Sí. Aquí estamos otra vez.

Memorias de WeekendWars.
Temporada 2015-2016.

Neil.

domingo, 12 de octubre de 2014

Flying Home.

Desde ahí arriba la ciudad dormía tranquila. Y era una imagen increíble. Alejado de cualquier ruido rutinario, el mundo parecía mucho mejor desde esa altura. Supongo que por eso me invadió esa sensación de no querer volver. Después de un tiempo, estaba recuperándome. Por fin empezaba a ver el amanecer. Pero sabía que no podía alargarlo más. Por mucho que te esfuerces en huir, los problemas siempre te encontrarán. Y la única manera de acabar con ellos es haciéndoles frente. Con todas tus fuerzas.

La última calada de un Chester me consumía al tiempo que la suave brisa de la montaña acariciaba cada resquicio de mi piel. Me ajusté la chaqueta instintivamente y miré al frente. Entre la oscuridad de la noche, la luna yacía majestuosa sobre el mar. Y en su orilla, un cúmulo de luces que intentaban imitar a las estrellas. La imagen de que todo estaba más tranquilo de lo normal me abrumó. Tal vez, quién sabe, había pasado demasiado tiempo alejado de todo.

Asumir que jamás volvería a ser quien era no resultaba fácil. Todo el mundo había esperado tanto de mí a lo largo de estos años, que temía irrevocablemente convertirme en alguien con un pasado prometedor. Y para mí, lo más fácil en aquel momento fue esconderme. Viajar hacia lo más profundo de mi ser para encontrarme con mi alma.

Necesitaba volver a conectar con todo aquello que un día fui. Necesitaba ver toda mi construcción y despedirme por última vez. Tantos sueños y tantas esperanzas quedarían plasmadas para siempre en el abismo de mis recuerdos. 

En la eternidad de ese momento en el que sabes que todo se termina el adiós se convierte en algo más que un gesto o una palabra. Decir adiós, en ese instante, es mucho más que eso. Es asistir como espectador de lujo a la incineración de una parte de ti.

Supongo que sentía tanto miedo por todo aquello que me deparaba mi nueva vida que me sumergí en una vorágine de escombros y polvo. Forjé mi propia muralla de sueños oxidados con el único fin de escapar de cualquier atisbo de realidad.

Esa historia, era la historia que yo había escrito a base de esfuerzo y resistencia. Lo mejor que he hecho jamás. Mi mayor obra. Nunca había puesto tanta determinación e ilusión en algo. Luché tanto por aquello, que acabé convirtiéndome en algo más que un simple chico. Un superhéroe. Incapaz de ser destruido. Imposible de mostrar flaqueza. Me sentía invencible surcando el cielo y volando sobre un futuro brillante. Nuestro futuro. Porque sabía que no importaba lo terrible que pudiera ser la tormenta, siempre conseguiría encontrar el camino hacia el sol.

Y como en todas las historias dignas de ser recordadas durante eones, yo tenía un punto débil. Mi propia kriptonita. Y no importaba cuántas adversidades pudiera soportar; pues cuanto más fuerte era yo, más cerca me encontraba de mi final. Sin quererlo, me cegué por la euforia de mis poderes, desatendiendo el peligro que escondía ese color verde esmeralda. 

Hice una mueca. A mi mente le encanta hacer recopilaciones de los malos momentos. Pero debía admitir que me reconfortaba recordar el pasado. Era la única manera de que la historia, no volviera a repetirse jamás.

A decir verdad, resultó diferente los primeros días. En cuanto ella se fue, mis poderes también. Supongo que tenía lógica. No es necesario que exista Superman sino tiene a su kriptonita. Es como imaginarse el fuego sin el hielo. El mundo perdería su equilibrio. Y la mayoría de cosas de nuestro alrededor perderían encanto sino supiéramos que tienen su propio contraste.

Sin embargo, ahí arriba me di cuenta de algo. Puedes huir de tus problemas, de tus miedos, de tus seres queridos y de tus enemigos, pero nunca podrás huir de quién eres. Y yo había pasado tanto tiempo siendo un superhéroe que por mucho que quisiera, eso ya no podría cambiarlo. Mis gestos, mi forma de ser, no había cambiado. Y no era la de ese chico de hace tres años. Era la forma de ser de alguien que había aprendido a estar siempre luchando hasta el final.

Pero me surgió una duda, si yo seguía siendo Superman, ¿dónde estaría kriptonita? Y es ahí cuando me levanté, casi horrorizado por la conclusión a la que había llegado. Con el viento frío arropando mi cara, en preludio de que el invierno cada vez estaba más cerca, me sentí más vivo que nunca. Mi kriptonita no desaparecería jamás. Nuestras huellas dactilares no se borran de las vidas que tocamos. Y yo tendría que convivir siempre con unos recuerdos con sobre dosis de dolor. Durante estos dos meses me había consumido hasta el punto de sentir que empezaba a flaquear. Que quedaría tocado para siempre.

Había caído en la oscuridad durante ese tiempo porque no fui capaz de enfrentarme a mis problemas como lo que era, como lo que me había convertido. 

Sonreí. Por primera vez en mucho tiempo sonreí de verdad. 

Había llegado el momento de volver al mundo real. 

Podía sentirlo. Ahí arriba, desafiando al mundo, mis dedos desabrochaban los botones de mi camisa mostrando al mundo un símbolo.




Neil.