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jueves, 10 de noviembre de 2011

Otorgarle a alguien la capacidad de destruirte.


Es curioso como todos firmamos sin querer nuestra rendición cuando conocemos a esa persona. El principio de nuestro final. El primer día del resto de nuestras vidas. Cuando comienza no lo sabes, y todo es maravilloso, claro. Pero inconscientemente el plan siguen en marcha. Forma parte del guión. Está escrito. ¿Por quién? Ni idea. Pero existe, es algo real. Ocurrirá.


Entonces llega la parte en la que crees que lo sabes pero prefieres no decirlo. ¿Demasiado pronto? ¿Inseguridad? Y llega. Sabes que lo sabes y ya nada volverá a ser lo mismo. Es muy tarde para volver atrás. Le has entregado a esa persona el poder de destruirte. Sólo ella podrá acabar contigo. Como si le hubieras dado en una mano una 9mm y en otra tu corazón. No existe corazas ni armaduras impenetrables para el dolor que puede ser capaz de hacerte sentir. Hay muchas maneras de que te maten y sin embargo, seguir vivo.

Y ahora es cuando te preocupas de verdad. ¿Es normal? Dependencia emocional, vulnerabilidad, sensibilidad... esos sentimientos que pensabas que nunca te consentirías.

Pero, por alguna estúpida razón, sigues sonríendo cuando la ves. Estás convencido de que no apretará el gatillo. Le has dado todos tus puntos débiles, sólo ella podría ser capaz de aniquilar tu alma de un disparo en forma de palabra. Y no apretará el gatillo. Lo sabes.

Dicen que en eso consiste el amor, en otorgarle a alguien la capacidad de destruirte con la seguridad de que no lo hará. Yo estoy de acuerdo con la primera parte.

Neil.

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