Poco a poco mis peores temores comienzan a confirmarse. Todo lo que podía salir mal, está saliendo mal. Cada miembro tiene un destino distinto. En unos meses, ninguno volverá a estar a poco más de cinco minutos de Banco. Y que nos reúnamos con facilidad resultará más difícil de lo que pensamos.
Las cosas cambian, y ya han cambiado. Esto se acaba. Nos hacemos mayores, dice uno voz desde lo más profundo de mi alma. Y nada volverá a ser igual. Aunque nos esforcemos, jamás volveremos a tener la misma sensación.
No sé qué va a suceder a partir de ahora. Pero nada parecido a lo que era hasta ahora.
Sólo nos queda una última opción de que la leyenda de lo que fuímos se mantenga intacta. Un miembro entra para ayudarnos. Un hermanos más.
Nos enfrentaremos a la última batalla. La más grande y dura de todas a las que nos hemos enfrentado.
Qué haremos. No lo sé. Nunca lo sabemos. Pero lo haremos. Debemos.
En fin, no es un gran día para el grupo.
jueves, 21 de julio de 2011
martes, 19 de julio de 2011
Encargando una máscara más.
Aparentar ser quiénes no somos siempre es difícil. Buscamos aprender del resto de mortales que nos rodean. Sus gestos, sus miradas. Todo es importante para saber como debemos comportarnos. Para intentar pasar desapercibidos.
Mantenemos una vida normal. O eso intentamos.
Tenemos nuestro trabajo, nuestros estudios y algo de relación social. Nadie, a simple vista, podría pensar que nuestra verdadera vida queda ocultada tras una máscara sepulcral.
Nadie de los que nos rodean podrían llegar a creer que somos los que luego causarán el pánico cuando la oscuridad caiga sobre las últimas horas del día. Nadie, en su sano juicio, llegaría a vernos como una amenaza tras nuestra gran capacidad para ser encantadores con todo ser orgánico.
Y, a veces, ocurre.
No todo el mundo puede pertenecer a WeekendWars. Y quiénes lo intentaron, cayeron en el olvido.
Buscamos con fervor nuevos miembros capaces de magnificar nuestro legado más allás de las fronteras que existen para sólo cuatro personas. Pero es muy difícil. Todos son tan imperfectos, tan humanos.
Es fascinante como casi siempre, cuando buscas algo, lo tienes delante. Y no te enteras.
Entonces llega alguien. Interesante. Podría valer, pensamos.
Hago gala de mi don para psicoanalizar todas y cada una de sus microexpresiones, movimientos y actitudes. Es bueno, les digo a mis hermanos.
El interés crece.
El sujeto analizado causa sensación.
Pero debe haber algo. Algo lo suficiente importante como para confirmar si merece o no entrar en el grupo.
Y como he dicho antes, como si hubiera nacido para ésto, ocurre.
1021. Así se hace llamar.
No sabe quiénes somos en realidad. Conoce la parte que nosotros hemos querido que conozca. Pero aún así, ya se siente incondicional e irrevocablemente unido a nosotros.
Noche cualquiera. Parque cualquiera atestado de gente bebiendo.
Un veloz movimiento nos distrae. 1021, veloz, desaparece dejando el rastro del viento agitado a sus espaldas.
Súbitamente aparecen los Jinetes. Nada, estamos limpios. Porque 1021 ha querido. Sin su capacidad de detección, sin su velocidad y sin su rápida toma de decisiones, nos habríamos visto envueltos en una emboscada trágica. Difícil de de escapar de ella sin usar la aniquilación y el fuego. Suficiente para sacar a relucir nuestro verdadero yo, y para destapar el secreto. Todos sabrían quienes somos y yo ya no estaría aquí, escribiendo.
Mis hermanos y yo no nos dijimos nada. Pero lo pensábamos.
Algo va a cambiar, y entonces, ya ha cambiado.
Volveremos a ser cinco, pronto. Muy pronto.
Mantenemos una vida normal. O eso intentamos.
Tenemos nuestro trabajo, nuestros estudios y algo de relación social. Nadie, a simple vista, podría pensar que nuestra verdadera vida queda ocultada tras una máscara sepulcral.
Nadie de los que nos rodean podrían llegar a creer que somos los que luego causarán el pánico cuando la oscuridad caiga sobre las últimas horas del día. Nadie, en su sano juicio, llegaría a vernos como una amenaza tras nuestra gran capacidad para ser encantadores con todo ser orgánico.
Y, a veces, ocurre.
No todo el mundo puede pertenecer a WeekendWars. Y quiénes lo intentaron, cayeron en el olvido.
Buscamos con fervor nuevos miembros capaces de magnificar nuestro legado más allás de las fronteras que existen para sólo cuatro personas. Pero es muy difícil. Todos son tan imperfectos, tan humanos.
Es fascinante como casi siempre, cuando buscas algo, lo tienes delante. Y no te enteras.
Entonces llega alguien. Interesante. Podría valer, pensamos.
Hago gala de mi don para psicoanalizar todas y cada una de sus microexpresiones, movimientos y actitudes. Es bueno, les digo a mis hermanos.
El interés crece.
El sujeto analizado causa sensación.
Pero debe haber algo. Algo lo suficiente importante como para confirmar si merece o no entrar en el grupo.
Y como he dicho antes, como si hubiera nacido para ésto, ocurre.
1021. Así se hace llamar.
No sabe quiénes somos en realidad. Conoce la parte que nosotros hemos querido que conozca. Pero aún así, ya se siente incondicional e irrevocablemente unido a nosotros.
Noche cualquiera. Parque cualquiera atestado de gente bebiendo.
Un veloz movimiento nos distrae. 1021, veloz, desaparece dejando el rastro del viento agitado a sus espaldas.
Súbitamente aparecen los Jinetes. Nada, estamos limpios. Porque 1021 ha querido. Sin su capacidad de detección, sin su velocidad y sin su rápida toma de decisiones, nos habríamos visto envueltos en una emboscada trágica. Difícil de de escapar de ella sin usar la aniquilación y el fuego. Suficiente para sacar a relucir nuestro verdadero yo, y para destapar el secreto. Todos sabrían quienes somos y yo ya no estaría aquí, escribiendo.
Mis hermanos y yo no nos dijimos nada. Pero lo pensábamos.
Algo va a cambiar, y entonces, ya ha cambiado.
Volveremos a ser cinco, pronto. Muy pronto.
lunes, 18 de julio de 2011
Volverá a sonreír
Hola, soy el Señor T. Como estáis acostumbrados, vengo aquí para hablar de algo. Y no se trata de alguna increíble aventura de WeekendWars, alguna gesta heroica por parte de alguno de los miembros o ni siquiera lo que parece que es la incorporación de un nuevo miembro.El tema de hoy trata un tema que, cuanto menos, es polémico. Y ojo que he dicho cuanto menos.
El gobierno de los populares gobierna ahora prácticamente todas las comunidades autónomas, incluida la mía. Ademas, después de 20 años de mandato socialista, se han impuesto su oposición para llevar la alcaldía de la ciudad. Pues últimamente llegaban a mis oídos rumores de que el alcalde quería construir un campo de golf. A mi me parecía algo tan sumamente escandaloso que di por supuesto que eran rumores tontos, pero aun así, me informe. Así pues, mi fuente me lo confirmó, y no sólo eso, sino que quería hacerlo en una zona natural protegida, de alto valor biológico. Aun así, añadió que este proyecto debía ser aprobado por algún tipo de tribunal de la Generalitat. Mis alarmas se dispararon, pues no nos dirige otro que el corruptísimo PP valenciano y en su cabeza, el famoso F.Camps. Y ni siquiera así pensé que pudiese llevar a cabo tal proyecto.
Hoy mismo, unos informativos de la televisión informaban de la próxima construcción del campo de golf, y si, en zona protegida. Según ellos, está permitido mientras no se edifique. Simplemente magnífico. Hablaban de los miles de metros cuadrados que tendrá...los "supuestos" ingresos que generará...que si su fusión con el campo de tenis esto...que si desestacionalizará el turismo de playa.... en fin, gilipolleces.
Hoy ha llegado la hora. No permitiremos que tal atentado se lleve a cabo. El boicot, manipulación o la simple destrucción adquirirán un nuevo significado. Es hora de volver a sacar esas ya viejas máscaras que en su día nos dieron todo el poder que solo el miedo y el anonimato pueden llegar a otorgar. Es hora de sacarla de ese baúl cuya llave tiene forma de tridente, quitarle el polvo, y prepararnos para algo grande. Y así, tras un largo letargo, una faz de payaso volverá a sonreír cubriendo mi cara esperando, simplemente, que me deje llevar.
viernes, 15 de julio de 2011
Empiezo ahora.
Corría calle arriba, todavía se podía oler la fragancia en el aire, fragancia a sangre, sangre fresca. Estaba solo en la ciudad, solo yo y el retumbar de mis nerviosos pasos, necesitaba encontrarme con alguien, obsesionado lo estaba. No era la primera vez que había creído sentir a un rastro de vida en aquella encrucijada de la soledad y el fracaso, pero siempre resultaban ser malas jugadas de mi imaginación, quién actuaba a merced de mi inconsciencia.
Esta vez podía sentir el calor humano en el aire, algo inexplicable, nunca me había sentido algo así; de todos modos tenía miedo de que fuese otra aparición mental. Ya estaba llegando, gire la última esquina, las piernas parecieron dar la vida en aquel movimiento de tobillo. Me topé con niebla, y todavía más niebla, densa, pegajosa, insalubre, fría y húmeda, terrorífica, espantaba, los pelos no se me erizaron, sino q se encogieron, como queriendo desaparecer de aquel lugar.
Era una emboscada, una trampa, lo sabía aunque no podía ver absolutamente nada, ni siquiera mis manos una vez el brazo extendido. Me quedé paralizado, aturdido, era una estatua con sangre caliente, muy caliente. Podía volver por donde había venido, y desaparecer de allí; dar dos pasos atrás, salir de la niebla y empezar a correr hasta que mis piernas fraguasen. Vacile durante segundos, o tal vez siglos, solo tenía en la mente huir, como había hecho otras tantas ocasiones cuando me encontraba a los depredadores de la noche, fieles aliados de la frustración y la oscuridad. Perdonarme, no os los había mencionado, son aquellos que han creado este mundo, y ellos mismo son los que se encargan de destruirlo, no sé lo que son, ni lo que realmente andan buscando, pero recomiendo que no lo sepáis, no habléis de ellos, no intentéis comprenderlos, no os acerquéis a ellos, no los busquéis, tranquilos ya os encontraran.
Estaba a punto de dar media vuelta y correr, pero en el último suspiro, escuché los chasquidos de unos mecheros, dos al menos. Reaccioné rápidamente, entendí que no estaba solo, y si huía volvería a estarlo, por ello me encendí otro cigarro, o mejor dicho, cigarrillo; me oyeron encenderme el cigarrillo, y descubrieron mi presencia, yo sentí q me sentían. De manera automática, sin si quiera vernos, fuimos hacia delante, hacia el foco de la niebla, a luchar, a vencer a nuestros miedos.
Ahora ya no estaba solo.
- ¿Qué ha sido eso? - preguntó Jota, nervioso.
Un extraño sonido nos había puesto en alerta. Como algo que se rompe en mil pedazos tras chocar violentamente contra alguna superficie.
El silencio de la noche, más siniestro que de lo normal, había sido motivo de inquietud para el grupo horas antes, mientras disfrutábamos en Banco de la tranquilidad que tan difícil se nos hacía conseguir desde hacía semanas.
La espesura de la oscuridad se fusionaba como si fuera una única pieza con las miles de gotas de lluvia condensadas que componían el aire aquella noche. Incluso se podía sentir cierto rumor del viento que traía consigo una gélida brisa.
- Esto no me gusta nada. - su voz era afilada, como el sonido de un metal.
Súbitamente, un grito ahogado.
Silencio.
Y entonces, entre las calles de la ciudad, algo se movió lo suficiente como para llamar nuestra atención por completo. Pudimos vislumbrar con esfuerzo la figura de alguien que se ocultaba en las sombras corriendo. Huía.
A pocos metros de él, varias personas más.
Nos miramos. Y sólo nosotros, sin mediar una palabra, supimos que hacer.
Nos pusimos de pie con velocidad mientras Señor T comenzaba a sacar las máscaras.
- No quiero ningún tipo de distracción. Esta noche no. - susurró Señor T mientras se ajustaba tapaba el rostro.
- Han ido hacia el este, podemos atajar por calles secundarias. - añadió Erre.
- Son los Jinetes. Si no nos apresuramos acabarán por alcanzar al chico. - decía en forma de ordenanza Jota.
- Mal día para ir de caza. - esbocé media sonrisa.
Comenzamos a correr y a esquivar obstáculos. A pesar de la tensión, viejas sensaciones volvieron a recorrer nuestro cuerpo en forma de adrenalina.
Avanzábamos majestuosamente dejando atrás calles desiertas. Incansables.
- ¡Están a solo una calle! - informó Señor T, en cabeza del grupo.
- ¡Está bien! ¡Vamos! ¡Separáos! ¡Dos en el flanco izquierdo y dos en el flanco derecho! - ordenó Erre.
Continué siguiendo a Señor T mientras observaba como Erre y Jota se separaban hacia la derecha. La oscuridad no era problema para continuar con la imponente velocidad que nos habíamos impuesto.
Un nuevo movimiento, no muy lejos de donde nos encontrábamos, me distrajo.
- ¡Alto! - ordené.
Los cuatro se detuvieron, atónitos. Me miraron fugazmente para volver a mirar a su alrededor y asegurar la zona.
- El chico les ha confundido. Se encuentra en aquel callejón - Señalé a pocos metros de nosotros, hacia la opertura de una pequeña callejuela poco visible debido a la oscuridad y niebla.
- Vamos a por él, si lo encuentran esto habrá terminado .- no pude reconocer la voz, estába demasiado concentrado en avanzar lentamente, sin hacer ruido. Temía que se tratase de una trampa.
No se veía nada allí dentro. ¿Me habría equivocado? ¿Lo habría imaginado?
Un sonido familiar.
Una chispa.
Fuego.
La luz iluminó su rostro. Encapuchado con pose seria, angelical.
Se encendió un cigarrillo.
Señor T y yo nos dedicamos una mirada de complicidad e hicimos lo propio. Es extraño, pero volví a sentir otra vieja sensación. Miré con cautela su semblante. Nuestros ojos se encontraron y pude ver un atisbo de confianza en un guiño de ojos. Le devolví el gesto.
Pisadas.
Venían.
- Quédate atrás, déjanos a nosotros - le dije con un sonido gutural mientras me giraba hacia la entrada del callejón.
- Ni lo sueñes, somos cinco, estoy con vosotros. - sentenció, amenazador, desafiante.
Me mordí el labio para evitar una sonrisa.
Volví a girarme para analizar el rostro de Señor T sin llegar a hacerlo. Un olor desvió nuestra atención hacia el chico. Alcohol.
Encorvado hacia delante, totalmente de negro y con una sonrisa siniestra miraba hacia el frente. Encima de él, en el muro, unos números ardían con hervor.
Esta vez podía sentir el calor humano en el aire, algo inexplicable, nunca me había sentido algo así; de todos modos tenía miedo de que fuese otra aparición mental. Ya estaba llegando, gire la última esquina, las piernas parecieron dar la vida en aquel movimiento de tobillo. Me topé con niebla, y todavía más niebla, densa, pegajosa, insalubre, fría y húmeda, terrorífica, espantaba, los pelos no se me erizaron, sino q se encogieron, como queriendo desaparecer de aquel lugar.
Era una emboscada, una trampa, lo sabía aunque no podía ver absolutamente nada, ni siquiera mis manos una vez el brazo extendido. Me quedé paralizado, aturdido, era una estatua con sangre caliente, muy caliente. Podía volver por donde había venido, y desaparecer de allí; dar dos pasos atrás, salir de la niebla y empezar a correr hasta que mis piernas fraguasen. Vacile durante segundos, o tal vez siglos, solo tenía en la mente huir, como había hecho otras tantas ocasiones cuando me encontraba a los depredadores de la noche, fieles aliados de la frustración y la oscuridad. Perdonarme, no os los había mencionado, son aquellos que han creado este mundo, y ellos mismo son los que se encargan de destruirlo, no sé lo que son, ni lo que realmente andan buscando, pero recomiendo que no lo sepáis, no habléis de ellos, no intentéis comprenderlos, no os acerquéis a ellos, no los busquéis, tranquilos ya os encontraran.
Estaba a punto de dar media vuelta y correr, pero en el último suspiro, escuché los chasquidos de unos mecheros, dos al menos. Reaccioné rápidamente, entendí que no estaba solo, y si huía volvería a estarlo, por ello me encendí otro cigarro, o mejor dicho, cigarrillo; me oyeron encenderme el cigarrillo, y descubrieron mi presencia, yo sentí q me sentían. De manera automática, sin si quiera vernos, fuimos hacia delante, hacia el foco de la niebla, a luchar, a vencer a nuestros miedos.
Ahora ya no estaba solo.
- ¿Qué ha sido eso? - preguntó Jota, nervioso.
Un extraño sonido nos había puesto en alerta. Como algo que se rompe en mil pedazos tras chocar violentamente contra alguna superficie.
El silencio de la noche, más siniestro que de lo normal, había sido motivo de inquietud para el grupo horas antes, mientras disfrutábamos en Banco de la tranquilidad que tan difícil se nos hacía conseguir desde hacía semanas.
La espesura de la oscuridad se fusionaba como si fuera una única pieza con las miles de gotas de lluvia condensadas que componían el aire aquella noche. Incluso se podía sentir cierto rumor del viento que traía consigo una gélida brisa.
- Esto no me gusta nada. - su voz era afilada, como el sonido de un metal.
Súbitamente, un grito ahogado.
Silencio.
Y entonces, entre las calles de la ciudad, algo se movió lo suficiente como para llamar nuestra atención por completo. Pudimos vislumbrar con esfuerzo la figura de alguien que se ocultaba en las sombras corriendo. Huía.
A pocos metros de él, varias personas más.
Nos miramos. Y sólo nosotros, sin mediar una palabra, supimos que hacer.
Nos pusimos de pie con velocidad mientras Señor T comenzaba a sacar las máscaras.
- No quiero ningún tipo de distracción. Esta noche no. - susurró Señor T mientras se ajustaba tapaba el rostro.
- Han ido hacia el este, podemos atajar por calles secundarias. - añadió Erre.
- Son los Jinetes. Si no nos apresuramos acabarán por alcanzar al chico. - decía en forma de ordenanza Jota.
- Mal día para ir de caza. - esbocé media sonrisa.
Comenzamos a correr y a esquivar obstáculos. A pesar de la tensión, viejas sensaciones volvieron a recorrer nuestro cuerpo en forma de adrenalina.
Avanzábamos majestuosamente dejando atrás calles desiertas. Incansables.
- ¡Están a solo una calle! - informó Señor T, en cabeza del grupo.
- ¡Está bien! ¡Vamos! ¡Separáos! ¡Dos en el flanco izquierdo y dos en el flanco derecho! - ordenó Erre.
Continué siguiendo a Señor T mientras observaba como Erre y Jota se separaban hacia la derecha. La oscuridad no era problema para continuar con la imponente velocidad que nos habíamos impuesto.
Un nuevo movimiento, no muy lejos de donde nos encontrábamos, me distrajo.
- ¡Alto! - ordené.
Los cuatro se detuvieron, atónitos. Me miraron fugazmente para volver a mirar a su alrededor y asegurar la zona.
- El chico les ha confundido. Se encuentra en aquel callejón - Señalé a pocos metros de nosotros, hacia la opertura de una pequeña callejuela poco visible debido a la oscuridad y niebla.
- Vamos a por él, si lo encuentran esto habrá terminado .- no pude reconocer la voz, estába demasiado concentrado en avanzar lentamente, sin hacer ruido. Temía que se tratase de una trampa.
No se veía nada allí dentro. ¿Me habría equivocado? ¿Lo habría imaginado?
Un sonido familiar.
Una chispa.
Fuego.
La luz iluminó su rostro. Encapuchado con pose seria, angelical.
Se encendió un cigarrillo.
Señor T y yo nos dedicamos una mirada de complicidad e hicimos lo propio. Es extraño, pero volví a sentir otra vieja sensación. Miré con cautela su semblante. Nuestros ojos se encontraron y pude ver un atisbo de confianza en un guiño de ojos. Le devolví el gesto.
Pisadas.
Venían.
- Quédate atrás, déjanos a nosotros - le dije con un sonido gutural mientras me giraba hacia la entrada del callejón.
- Ni lo sueñes, somos cinco, estoy con vosotros. - sentenció, amenazador, desafiante.
Me mordí el labio para evitar una sonrisa.
Volví a girarme para analizar el rostro de Señor T sin llegar a hacerlo. Un olor desvió nuestra atención hacia el chico. Alcohol.
Encorvado hacia delante, totalmente de negro y con una sonrisa siniestra miraba hacia el frente. Encima de él, en el muro, unos números ardían con hervor.
1021
Suscribirse a:
Entradas (Atom)